El 5 de abril y a casi tres semanas del inicio de las medidas por el coronavirus, el ministro de salud realiza la primera indicación para el uso generalizado de mascarillas por parte de la población, al mismo tiempo de que este producto comenzó a mostrar signos de desabastecimiento en el mercado local. En ese momento indicó que se podrían usar todo tipo de mascarillas, incluyendo aquellas hechas de manera artesanal, otorgando responsabilidad y capacidad a la población de producir sus implementos de seguridad. De alguna forma, este acontecimiento marca un cambio en la forma como institucionalmente se ha visto al ciudadano, ya no solo como un consumidor –ávido de nuevos productos y prestaciones disponibles en el mercado– sino que también como un ente que puede aportar desde su propio hacer a las necesidades básicas del día a día de una cuarentena.
Por otro lado, desde el inicio del proceso de viralización y seguimiento de contagiados, se multiplicaron iniciativas sociales y comerciales en pos de aportar con soluciones, servicios y productos críticos para esta nueva pirámide de necesidades. Tal es el caso del FabLab de la Universidad de Chile (@fablabudechile), que con el apoyo de tecnología de fabricación digital y otras más convencionales han prototipado nuevas soluciones de máscaras protectoras, implementos de seguridad e inclusive la construcción de artefactos complejos, como el caso de B.AMBU un respirador mecánico desarrollado por un equipo multidisciplinario y ya en fase de testeos, que puede apoyar a un segmento desatendido de enfermos. Detrás de iniciativas como esta vemos un discurso común, fomentar un tejido industrial perdido, que más que retomar esperanzas de industrialización de mitad del siglo xx, busca establecer condiciones para una autonomía productiva e independencia tecnológica. El economista de Cambridge Ha-Joon Chang (2010), ha expuesto el peligro de subestimar el desarrollo industrial de los países o los impactos de su desindustrialización, evidenciando la necesidad de establecer un equilibrio en la balanza de pagos de un país y la posibilidad de mantenerse por sus propios medios en contextos críticos (23 cosas que no te cuentan del capitalismo, Editorial Random House Mondadori).
Hemos disfrutado décadas de beneficios de la globalización, que junto a los numerosos tratados de libre comercio que Chile ha firmado con otros países, nos ha permitido acceder a productos y servicios de los rincones más alejados del mundo, sin embargo, ante situaciones de crisis como la actual, nos damos cuenta de la necesidad de contar con capacidades locales para abastecer y suplir las necesidades básicas de nuestra vida moderna (comer, vestirnos, protegernos, etc). Ante la imposibilidad de importar y el desabastecimiento constante, los hornos domésticos se han prendido (a la vez que la harina escasea), las confeccionistas producen a toda máquina mascarillas con telas de diverso tipo, inclusive algunas básicas –como el tnt– puestas a prueba para probar su efectividad para filtrar y cumplir su labor. Un caso a mencionar en este sentido es el Colectivo Costureras a Toda Máquina (@costureras_atodamaquina), un grupo de casi 120 productoras textiles que organizadas mediante un grupo whatsapp se han puesto la misión de producir mascarillas de alta calidad (lavables y reutilizables), de las cuales siete mil han sido donadas a diversos centros de salud en 14 comunas de Santiago y otros tantos a regiones.
Ambos casos, nos demuestran que las capacidades existen y es en tiempos de crisis cuando emergen con más fuerza nuestras debilidades y fortalezas orientadas a la superación de estos momentos. El teórico del diseño Gui Bonsiepe apelaba a los efectos sociales de las actividades proyectuales (2012) y reflexionaba acerca del diseño elaborado localmente como una forma de fortalecer la autonomía y remover el status quo de la "división internacional del trabajo, que asigna a los países de la periferia la función predominante de exportadores de materias primas" (Diseño y crisis, Campgràfic Editors). Una utopía requiere de un proyecto, y la pregunta pertinente será entonces ¿Qué capacidades comenzaremos a fortalecer para este proyecto país que necesita sobrevivir a la crisis? Cuáles capacidades nos fortalecerán en lo local, a la vez que mantenemos y desarrollamos nuestro vínculo a la globalidad, apoyados en la inminente transformación digital en la que nos hemos visto sumergidos y profundizará más aún el mundo de la vida cotidiana. Apelar al equilibrio entre el ciudadano productor y consumidor, nos podría permitir mayor resiliencia, mejor autonomía para avanzar hacia nuevas utopías. Necesitamos nuevos nodos donde se produzcan los cambios, donde potenciar las capacidades y saberes de cada territorio, conectados al mundo desde lo local.
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