Chile ha sido reconocido por décadas como un país abierto, pionero en tratados de libre comercio y en liberalización económica. Ese espíritu nos permitió consolidar sectores estratégicos como la minería, la energía y los servicios financieros, donde hemos logrado estándares de clase mundial.
Sin embargo, cuando hablamos de economía digital, nuestro rol sigue siendo en gran medida el de usuarios avanzados, pero no creadores de soluciones.
Hoy, la mayoría de las tecnologías que transforman nuestras empresas provienen de Silicon Valley, Europa o Asia. Desde plataformas de nube hasta modelos de inteligencia artificial, dependemos de hubs globales para avanzar. Eso nos da acceso a herramientas de primer nivel, pero también nos mantiene en un lugar secundario: el de quienes aplican, no el de quienes diseñan.
La pregunta que deberíamos hacernos es clara: ¿seguiremos importando innovación o vamos a desarrollar propuestas propias de valor?
Chile tiene fortalezas únicas. Somos líderes globales en la exportación de cobre y litio, insumos esenciales para la transición energética. Tenemos un sistema financiero sofisticado y un ecosistema emprendedor que ha demostrado que puede escalar regionalmente, con casos como Cornershop o NotCo. Además, contamos con talento joven que busca cada vez más emprender en industrias de impacto.
El problema es que aún carecemos de un entorno fértil para escalar la innovación tecnológica local. Validar un producto sigue siendo un desafío enorme; levantar financiamiento para etapas tempranas, una odisea; y consolidar equipos fundadores, una tarea difícil en un país donde los incentivos no siempre acompañan. Mientras tanto, nuestros competidores globales avanzan a toda velocidad.
No necesitamos replicar Silicon Valley, pero sí debemos generar un modelo propio, donde la innovación digital se construya desde nuestras realidades productivas: minería, agroindustria, logística, retail. Ahí es donde Chile puede marcar diferencias, transformando industrias intensivas en recursos naturales en industrias intensivas en conocimiento y tecnología.
El paso crítico está en el cambio de mentalidad. Dejar de vernos como usuarios y comenzar a vernos como diseñadores de soluciones exportables.
Crear un entorno donde las empresas consolidadas se transformen en venture clients, validando y escalando el trabajo de startups locales. Y donde las políticas públicas realmente reduzcan las barreras para experimentar y fallar rápido, sin penalizar la innovación.
En un mundo donde la tecnología redefine todos los días cómo producimos, competimos y vivimos, Chile no puede conformarse con ser un buen consumidor.
Nuestro desafío es convertirnos en protagonistas de la economía digital, capaces de crear, escalar y exportar valor propio.
La pregunta está abierta: ¿seremos capaces de dar ese paso o seguiremos viendo cómo otros escriben el futuro mientras nosotros lo compramos por suscripción?

