Durante mis años acompañando a startups y emprendedores (y también a instituciones consolidadas en procesos de transformación) he visto un patrón que se repite: el entusiasmo por crecer rápido suele eclipsar la necesidad de construir bien. En el mundo emprendedor, la velocidad importa, pero la dirección estratégica es lo que define la supervivencia.
Hoy, las startups ya no compiten solo por capital o talento, sino por posicionamiento y coherencia. La visibilidad tan codiciada en los primeros meses, debe ser consecuencia de una estrategia clara, no un fin en sí mismo. La diferencia entre quienes logran escalar y quienes se diluyen no está en la cantidad de iniciativas, sino en la capacidad de priorizar.
He acompañado a equipos que intentan avanzar en cinco frentes a la vez: nuevos productos, internacionalización, comunicación, levantamiento de capital y cultura organizacional. Y, sin darse cuenta, terminan perdiendo su narrativa de propósito. En el mundo corporativo ocurre algo similar: mientras más madura una organización, más aprende a concentrar energía en dos o tres proyectos clave, medibles, sostenibles y comunicables.
Esa mentalidad debería inspirar a los fundadores: no se trata de hacer todo, sino de hacer lo correcto. Cada startup necesita definir qué proyectos fortalecen su reputación, construyen confianza y atraen aliados estratégicos. Lo demás, por más atractivo o urgente que parezca, puede esperar.
Un buen punto de partida es pensar como una corporación, pero actuar con la agilidad de una startup.
Pensar como corporación implica tener visión, métricas y narrativa institucional.
Actuar como startup exige flexibilidad, aprendizaje y foco en ejecución.
El equilibrio entre ambos mundos genera una ventaja competitiva poco explorada: la coherencia estratégica.
Una startup que comunica como empresa madura (con propósito, consistencia y claridad de valor) atrae inversionistas y clientes antes que muchas que solo hablan de disrupción.
En mis mentorías suelo repetirlo: “la visibilidad no se construye publicando más, sino comunicando mejor”. Un relato bien diseñado, sostenido por resultados tangibles, tiene mucho más impacto que un calendario saturado de acciones.
También advierto algo: no todos los proyectos son estratégicos al mismo tiempo. El arte está en priorizar. Elegir tres frentes (producto, posicionamiento y modelo de negocio) y ejecutarlos con disciplina puede marcar la diferencia entre una startup que escala y otra que se diluye.
El ecosistema premia la rapidez, pero el mercado premia la consistencia. En un entorno donde la confianza y la reputación se han vuelto moneda de cambio, el foco es la nueva forma de liderazgo.
Las grandes corporaciones que logran transformarse no lo hacen por tener más recursos, sino por alinear visión, ejecución y relato. Esa misma fórmula aplica a los emprendedores que quieren crecer sin perder su esencia.
Mi invitación es simple: antes de acelerar, deténganse a decidir qué vale la pena escalar. La estrategia no es correr más rápido, sino avanzar con sentido.